Las Riquezas Mas Valiosas Que el Dinero
JON gozaba de mucho éxito en su vida profesional. Era un joven estadounidense que ganaba muy bien y viajaba por todo el mundo. Muchos pensaban que la estupenda casa y la vida desahogada de que disfrutaba con su esposa eran una bendición.
Kostas,* por otra parte, fue uno de los 80 elegidos entre 5.000 solicitantes para trabajar como auxiliar en un famoso banco europeo. No tardó en obtener mayores puestos de responsabilidad hasta que un día le propusieron dirigir un departamento importante en otro banco. Aunque ganaba más dinero al año de lo que la mayoría de la gente ganaría en toda su vida, probó fortuna creando su propia empresa. Creía que el cielo lo había bendecido.
Hoy, sin embargo, ellos dos están seguros de que existen riquezas más valiosas que el dinero. Por ejemplo, Jon, que ahora imparte clases bíblicas gratuitas para ayudar al prójimo a acercarse a Dios, reconoce: “Me consta que las posesiones materiales no conducen a la felicidad. Conseguirlas y protegerlas consume demasiado tiempo. Pero vivir de acuerdo con los principios bíblicos te permite adquirir tesoros de más valor, como tener un matrimonio verdaderamente feliz, paz interior y una conciencia tranquila”.
De igual modo, Kostas admite: “Dios no quiere que llevemos una vida de lujos. Por eso estoy convencido de que si nos da más de lo indispensable, tenemos la obligación de utilizar esos recursos de acuerdo con su voluntad”. Hace poco comenzó, junto con su familia, a aprender un idioma para llevar el mensaje bíblico a un mayor número de personas. Dice: “Hemos visto que somos más felices dando que recibiendo” (Hechos 20:35).
Jon y Kostas incluso se han dado cuenta de que las riquezas espirituales valen más que las materiales. Daniel Gilbert, profesor de Psicología en la Universidad de Harvard, indica que los expertos en salud mental “llevan décadas estudiando la relación entre la riqueza y la felicidad, y, en términos generales, han llegado a la conclusión de que la riqueza aumenta la felicidad humana cuando eleva a las personas de la pobreza más abyecta a la clase media, pero no contribuye mucho al aumento de la felicidad a partir del aumento de calidad de vida”.
La triste realidad
Un observador perspicaz señaló: “Es sorprendente que, una vez superado el nivel de pobreza, el aumento de los ingresos guarda muy poca relación con la felicidad personal”. Una declaración similar hizo mella en cierto periodista cuando, a principios del siglo pasado, entrevistó a Andrew Carnegie, magnate del acero considerado entonces uno de los hombres más ricos del mundo. “Nadie tiene por qué envidiarme —le confesó—. ¿De qué me sirve mi fortuna si a los 60 años ya no puedo digerir la comida? Daría todo por recuperar la salud y la juventud.”
El periodista comentó: “De pronto, el señor Carnegie se volvió y, en voz baja, declaró con amargura y un indescriptible sentimiento: ‘Si pudiera venderle mi alma al diablo, como Fausto, lo haría. Daría cualquier cosa con tal de volver a vivir la vida’”. Su sentir concuerda con el del multimillonario Jean Paul Getty, empresario del petróleo que afirmó: “El dinero no está relacionado necesariamente con la felicidad; si acaso con la infelicidad”.
Tal vez usted concuerde con el escritor bíblico que hizo esta petición: “No me des ni pobreza ni riqueza. Déjame devorar el alimento prescrito para mí, para que no vaya a quedar satisfecho y realmente te niegue y diga: ‘¿Quién es Jehová?’, y para que no venga a parar en pobreza y realmente hurte y acometa el nombre de mi Dios” (Proverbios 30:8, 9).
Salomón, rey del antiguo Israel, dijo: “Llegué a ser mayor y aumenté más que cualquiera que, según sucedió, me antecedió en Jerusalén”. Y agregó: “Todo era vanidad y un esforzarse tras viento”. Pero también escribió: “La bendición de Jehová... eso es lo que enriquece, y él no añade dolor con ella” (Eclesiastés 2:9-11; 5:12, 13; Proverbios 10:22).
Riquezas que durarán para siempre
Es evidente, pues, que para alcanzar la felicidad real y duradera tenemos que satisfacer por completo nuestras necesidades espirituales. Si ponemos a Dios en primer lugar, descubriremos que todo ámbito de nuestra vida se enriquecerá.
Si ponemos a Dios en primer lugar, nuestra vida se enriquecerá
Afortunadamente, llegará el día en que el dinero ya no causará más preocupaciones. La Biblia promete que el abusivo y ambicioso mundo del comercio será eliminado para siempre (1 Juan 2:15-17). En el nuevo sistema de cosas de Dios reinarán los principios divinos. Jehová convertirá la Tierra entera en un paraíso, como se había propuesto al crear a la primera pareja humana. ¡Qué enriquecedor será ver el planeta lleno de amor, paz y felicidad! (Isaías 2:2-4; 2 Pedro 3:13; 1 Juan 4:8-11.)
Si administramos bien el dinero, disfrutaremos más de la vida
Nadie jamás pasará por estrecheces en el Paraíso. La humanidad vivirá eternamente y gozará tanto de prosperidad espiritual como material. Todos tendrán alimento, vivienda y trabajo remunerador a manos llenas. La pobreza será erradicada por completo (Salmo 72:16; Isaías 65:21-23; Miqueas 4:4).
Quienes sinceramente ejerzan fe en Jehová, el Dios del que habla la Biblia, no quedarán defraudados (Romanos 10:11-13). Sin duda, merece la pena luchar por las riquezas que valen más que el dinero
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